Y la sangre sigue escurriendo en la Plaza de las Tres Culturas | Foto Armando Salgado

INTIMIDAD DE LA PATRIA

TLATELOLCO 1521, 1968

… cuelga una lágrima en mi pecho,
porque en mi vida hay una onda
de lago vesperal y gris de cielo.
Carlos Pellicer

1.
En la roca y los surcos de esta tierra
consagrando la espiga de la llama,
esculpida en la huella quedará una lágrima;
(hierro en la carne),
herida no de túmulo,
herida de exigencia
la mirada.

Junto al grito de una hoguera en la liturgia del espacio;
acumulando en un cántaro del alma
el alarido silente del abismo,
vengo a tomarle el pulso
a las estelas que miraban las nubes,
bajo el saludo circular del sol
y el beso de las lluvias.

Estoy atado en un poste de penumbra
y mi silencio
es el de la noche tutelar del fuego.

2.
Tlatelolco,
reducto de un águila en el risco,
trasunto gris de hogueras
malheridas bajo la redondez del viento.

El rayo entre la bruma del espejo
con un galopar de relámpagos
deshoja el último rescoldo de bravura
por el lago y las calzadas azoradas de la tarde.

Cuauhtémoc
“joven abuelo”
“único héroe a la altura del arte”
(tal te nombró un día Ramón),
dinos la textura de tu aliento,
danos la estatura del coraje invicto
con la majestad ilesa de tu ocaso

3.
En un claro del tiempo
por el arrebol súbito de un alba
restaurada en el limo,
preside la insurgencia en la heredad del huerto
una campana.

El estandarte de la antorcha
es reo de muerte
en los muros y la niebla de una cárcel
vagando en los peñascos del desvelo.

“Joven abuelo”,
otra vez en la intemperie están tus huesos,
tus cuencas desolladas
carcomidas por los pájaros,
insomnes con la desnudez al viento.

4.
Tlatelolco:
el latido de la patria es un cenzontle en la alborada;
entre la bruma
y el tumulto de la calle
sus cuatrocientas voces matutinas se derraman
por la claridad del día.

Y en el reducto de una plaza
se congrega la intuición del canto:
magma de sueños
aflora de los surcos arteriales
con el plasma de un rocío antiguo
en un clamor íntimo de transparencia.

Despetaladas en lo amargo,
en la lluvia segadas por su espiga,
callaron las orquídeas en el polvo
la melodía germinal de su motín de esperanto.

Es muda la explosión en el estuario del instante
rotundamente inmóvil
sobre la imagen de una multitud agredida,
a rastras por el lodo en el asfalto.

“Joven abuelo”,
estás descalzo en las astillas del crepúsculo,
¡Qué soledad en la curvatura del arco!
¡Qué viudez y mutismo
en la orfandad octubrecida del paisaje!

5.
Te escucho, Carlos:
“en este día sin recuerdos un poco de tristeza.
El corazón se llena de silencio.”

¿Oyes tú, Ramón?
es este páramo abisal sin límites
–intemperie de lluvia,
herrumbre de sombras
y naufragio,
inmediación de cadáveres, lo que nos cubre:

Túnica de andrajos,
sudario de sal
que se asienta en lo más limpio.

Ronda el aullido de un lobo
sobre una estepa
sin luna;
escurre su magnitud la lluvia por mis vértebras,
me astilla la sonrisa contra el pavimento.

Estoy baldío:
son mis labios de testigo, el mundo,
clava un pedernal de niebla en un arenal de exilio.

6.
El hallazgo mutilado de la espera
–espejo de cuchillos,
sacramento del maíz desgranándose
en la plegaria de la angustia
es eco de estupor en mi garganta
de una misma latitud de abismos.

¿Comprendes, Carlos?
Es este filo de sílice,
este molino de ausencias en lo ruin del entrecejo
cadalso de la luz por la intemperie,
lo que suicida el canto
en la orfandad telúrica del tórax,
umbral de precipicio.

Mi lágrima es una sombra de vidrio
acrisolada
en la estalactita del viento.

7.
Pero la llama con la espiga
ceniza en el rehilete tutelar del tiempo,
duerme a sus cachorros
–caballeros tigres,
águilas
al asedio del resplandor de un arco iris.

Desde el refugio de la roca oculta,
el agua arterial de un cráter
al fin se infiltra
surco adentro
en la comisura de mis párpados.

Estoy ahogado en la hondura de mi aliento,
rodando la piedra de mi voz por la cuesta en un barranco;
pero al vislumbre de la flor surgen mis ojos,
el pecho
y estas manos taciturnas
cuajadas de silencio.

Los labios suben a la ciudadela de lo azul
una semilla de luz amotinada
sobre la ladera del desencanto.

8. Sueño, como tú, Ramón:
la suavidad esbelta de una espiga
gestando las texturas de otra mañana:

Es la superficie pródiga del eco:
“y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.”

En la urgencia de las flores
una algarabía de pájaros
revuela.

Hay un galope de yeguas en estampida
bajo la bruma
desatadas por el viento en el erial de mis venas:

Un puñado del fulgor gravita
en las espaldas mojadas
y los trenes fronterizos,
en los callos de las botas anegadas
de un gendarme,
en los labios de una niña
florecidos con la desnudez de marzo en la hierba húmeda.

Canto al fin, Carlos:
El discurso fragante de un paisaje en el espejo.
Taller de pétalos,
hallazgo del polen de un designio
y de la intuición múltiple del cenzontle
sobre las exclusas del aire.

9. Cuauhtémoc
(hermano imprescindible,
capitán ileso de las águilas)
la savia de esta tierra
–su rocío en un cántaro azorado,
te reconoce y te nombra,
te reclama.

El barro de esta huella insomne
adentro tiene luz
(adentro)
y respira el aire con un palmo de ternura
a salvo

Hoy, no lo sé, Carlos
será el rumor de un río caudaloso
soterrado,
y tal vez, Ramón,
una cordillera tocando las nubes
o la flor del cactus
en la madrugada del desierto.

10.
En mi sitio humilde de testigo
junto al poste en la penumbra de mis nudos
(agua de pupila o punta de obsidiana)
estoy al fin acompañado
a la orilla de mis rocas y surcos,
con la espiga de una llama en el espejo.

El latido,
la intimidad del pulso de la patria
es en esta hora insular de lluvia,
el preludio matutino de su encuentro.

(La versión inicial de este poema, con el título “Novedad de la patria”, se publicó en el poemario Centinela del espejo, Mérida 1993).
- Rubén Reyes Ramírez.