Los balcones del edificio Chihuahua, una hora antes. | Foto negativos prestados a La Jornada. Donador no identificado
POR EDUARDO LLITERAS SENTÍES
Winston Scott, agente de la CIA (Central Intelligence Agency), fue confidente de Adolfo López Mateos y principal asesor en mate- ria de inteligencia de Gustavo Díaz Ordaz, así como jefe de la Estación de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos en México entre 1956 y 1969; era el segundo hombre más importante de México después del mismo Díaz Ordaz en esa época.
El espía yanqui jugó un papel clave en la matanza de estudiantes mexicanos el 2 octubre de 1968, la que fue organizada en cinco días y decidida el 27 de septiembre de ese año por el entonces presidente de México quien también era agente en la nómina de la CIA.
Así lo explica el investigador y escritor del Colegio de México, Sergio Aguayo, quien acaba de dar a conocer su último libro: El 68, los estudiantes, el presidente y la CIA. Aguayo afirma basándose en documentos históricos que “sin lugar a dudas, Gustavo Díaz Ordaz estaba en la nómina de la CIA”.
Sergio Aguayo participó en el Movimiento del 68 y empezó a investigarlo en 1995. Este es su tercer libro sobre el tema y lo elaboró basándose en archivos de diferentes países, con la mirada puesta en el papel desempeñado por los extranjeros, y en especial por la CIA, cuyo jefe en México, Winston Scott, tuvo una influencia definitiva en las decisiones tomadas por Gustavo Díaz Ordaz en ese año que cambió el curso de la historia mexicana.
Aguayo explica que había un arreglo muy cómodo entre la CIA y los gobiernos mexicanos: la CIA le proporcionaba a los presidentes mexicanos la inteligencia que necesitaban sobre las actividades subversivas de los comunistas alemanes del Este, cubanos, soviéticos. Y a su vez, éstos se dejaban manipular y controlar para beneficiar los intereses de Washington en nuestro país.
La relación entre Scott y Díaz Ordaz era mucho más estrecha de lo que nos imaginamos. En enero de 1964 las oficinas centrales de la CIA aprobaron la entrega de equipo a la campaña del entonces candidato priísta, Gustavo Díaz Ordaz: una radio central y cuatro radios automotrices.
Además, la CIA le dio a Ordaz 400 dólares al mes como subsidio desde diciembre de 1963 hasta noviembre de 1964. Aparentemente fue para pagar a sus guardaespaldas durante sus giras de campaña.
Esto fue adicional a un salario regular (la cifra fue censurada en el documento consultado por Sergio Aguayo) por mes pagado a LITEMPO, nombre en código de Díaz Ordaz como “agente de apoyo de la estación de la CIA en México”.
Aguayo enfatiza que el candidato del PRI a la presidencia puso sus comunicaciones en manos de la CIA.
No hay ninguna duda: Díaz Ordaz estaba en la nómina de la CIA. El hecho es que él, de acuerdo a un documento de la CIA, era un agente pagado. El documento en el que se basa Sergio Aguayo es el libro intitulado en inglés Station History (Historia de la Estación de la CIA en México) escrito por la fundadora de dicha oficina y espía estadunidense, Anne GoodPasture, publicado en 1978 y que tiene cientos de páginas censuradas (500 publicadas, 300 censuradas).
Winston Scott, narra Aguayo, alimentó las fantasías de Díaz Ordaz con la tesis de que el movimiento estudiantil formaba parte de una conspiración comunista internacional que pretendía derrocar a su gobierno y colocar a Heberto Castillo como presidente.
En consecuencia si el movimiento era de traidores se justificaba el uso de la fuerza. Ese era el razonamiento asesino y paranoico de Gustavo Díaz Ordaz.
Sergio Aguayo cita dos cables enviados por el espía Winston Scott.
En uno, enviado a la medianoche del 2 de octubre, se afirmaba lo siguiente: “los primeros disparos fueron hechos por un estudiante desde el edificio Chihuahua”; la “mayoría de los estudiantes presentes en la terraza de los oradores estaban armados, uno de ellos con una sub ametralladora”; las “tropas sólo respondieron al fuego de los estudiantes”.
Esto es lo que le decía el jefe de la estación de la CIA a Washington. Y afirmaba que los responsables eran los estudiantes, no el ejército. Como recuerda Aguayo, todo el debate sobre Tlatelolco giró por años sobre este tema precisamente: quién había disparado primero.
Le Monde y New York Times sacaron la tesis contraria, es decir, que el ejército mexicano disparó contra estudiantes desarmados, como en realidad ocurrió.
Hay un segundo cable fechado el 5 de octubre de 1968 en el que Winston Scott cita a Díaz Ordaz: según el presidente “los rifles empleados eran nuevos y tenían borrados sus números de serie. Grupos comunistas pro Castro y pro chinos estaban en el núcleo central de ese esfuerzo y los comunistas pro soviéticos se habían sumado para evitar ser acusados de cobardes”.
En otras palabras, Winston Scott informó a la Casa Blanca, al Pentágono y a la CIA que el movimiento comunista internacional había intervenido en México, por lo que se justificaba la matanza.
Sergio Aguayo explica que Scott perdió la confianza de sus superiores en Washington precisamente por la mala información sobre los sucesos del 68. Esto significó que le retiraran la dirección de la oficina de la CIA en México en el año de 1969.
Sin embargo, Scott después regresó a México y montó una oficina de consultoría a través de la cual vendía armas a los gobiernos mexicanos aprovechando sus muy buenas relaciones con la élite política mexicana: por ejemplo, le vendió a Luis Echeverría, a Miguel Nazar Haro, titular de la temible y torturadora Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Según Aguayo, uno de los problemas de Scott es que se volvió dependiente de sus fuentes de información en los altos círculos de la política mexicana, por lo que no podía tener información independiente y precisa sobre un evento político tan extraordinariamente importante como lo fue el 68.
Scott terminó siendo un títere, tras pretender ser el titiritero. Acabó engañado por el gobierno mexicano, el que le había entregado informes ficticios sobre el movimiento estudiantil.
En esta historia sangrienta de México, hay hechos relevantes desde el punto de vista institucional. El investigador del Colegio de México enfatiza que Díaz Ordaz no tenía servicios de inteligencia propios; ni la sociedad mexicana tuvo la capacidad de dar una explicación más mesurada de lo que fue el movimiento.
Dice Sergio Aguayo que la matanza de Tlatelolco fue ordenada por Gustavo Díaz Ordaz y operada por el general Luis Gutiérrez Oropeza del Estado Mayor presidencial: “yo sostengo como hipótesis que Winston Scott fue incorporado en esta conspiración, ahí sí una conspiración, en contra del ejército mexicano, de los estudiantes y la policía, en ese caso sí. No hay manera de comprobarlo pero hay indicios y simplemente lo sostengo”.
¿Qué responsabilidad tuvieron Winston Scott y la CIA en la matanza de Tlatelolco? Es una pregunta por ahora retórica que requerirá una investigación histórica diferente, señala Aguayo.
“Una de las grandes reflexiones que nos deja el 68 es que no contamos con servicios de inteligencia que nos permitan entender qué nos amenaza” a los mexicanos.
El problema es que en materia de inteligencia, seguimos igual al 68 en el presente. Ahora llegamos a la era de AMLO y no tenemos servicios de inteligencia adecuados para las amenazas a la seguridad para nuestro país.
Así lo dice Sergio Aguayo, quien concluye que nuestros gobiernos siguen sin incorporar a los Estados Unidos como factor de riesgo para la seguridad nacional mexicana: somos aliados en muchas cosas, compartimos intereses, pero también hay actores de Estados Unidos que son una amenaza para nuestra seguridad. Tenemos que analizarlos como tales, puntualiza.
La realidad es que el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) no tiene conocimiento especializado sobre Estados Unidos. Nuestro vecino no es considerado un factor de riesgo. La Asociación Nacional del Rifle no aparece en los riesgos para México, para empezar.
SCOTT ERA EL SEGUNDO HOMBRE MÁS IMPORTANTE DE MÉXICO DESPUÉS DEL MISMO PRESIDENTE DÍAZ ORDAZ
Por ejemplo, para el gobierno de Enrique Peña Nieto no hay ninguna amenaza proveniente del norte, de los Estados Unidos. Ningún organismo estadunidense es una amenaza.
La realidad, dice Aguayo, es que hay un pavor de nuestros gobernantes a reconocer que los Estados Unidos pueden ser una amenaza a la seguridad de México.
No podemos seguir dejando que nuestros servicios de inteligencia no aborden una agenda de riesgos comprensible, regional, de lo que está amenazando. Por esas carencias tuvimos las tragedias del 68. Al menos, en parte, afirma Aguayo.