Los versos de un día equis

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Ilustración Los versos de un día equis por @ca.ma.leon

KATIA REJÓN
Mérida, 21 de Marzo de 2021

Me pasa cuando estoy atorada en el tráfico o en la silla de un banco, doblegada en los pensamientos más mecánicos hasta que viene, como desde un pozo del que ya nadie bebe, ese verso de García Terrés:
“Acomodo mis penas como puedo porque voy de prisa”. 
Las palabras invocan, eso lo sabe todo el mundo. Pero también anidan, se quedan a ocupar un lugar del cotidiano. Detrás de la pantalla de un correo que habla para dar malas noticias y decepciones, escucho: “Y ahora en dónde, sobre qué vínculo, en qué botín he de apoyar el alma".
Las personas tenemos un soundtrack para cada momento de la vida y la poesía también es música. Hace dos años, cuando me separé, no dejaba de recitar ese poema de Peri Rossi con el dramatismo que encierra cualquier ruptura: “Ahora se inicia la pequeña vida del sobreviviente de la catástrofe del amor. ¡Hola, perros pequeños! ¡Hola, vagabundos! ¡Hola, autobuses y transeúntes!”. En voz alta, en concierto para mí misma. 
Nada existe hasta que se nombra y, a veces, la vida es aburridísima. Lo era, por ejemplo, cuando a los trece años no tenía internet pero sí un librito de Poesías del alma que encontré quién sabe dónde y me aprendí de memoria un poema para rapearlo. 
Tengo la teoría de que la gente crea porque está aburrida, o harta, o cansada de lo mismo. Por eso cuando alguien hace la pregunta de rutina: ¿Cómo estás? A mi mente aterriza la frase de Mía Gallegos: “Vivo de pedacitos, pero aspiro a la totalidad”, que describe casi siempre cómo estoy. Respondo: “bien”, porque la vida, ya lo dije, es aburridísima. La poesía, no. A menos que te la tomes muy en serio. 
La gente que me conoce sabe que fácilmente puedo brincar de la sombra tímida al histrionismo si hay un verso de por medio. Es mi cruz. He roto momentos de intimidad porque no me aguanto las ganas de ver un cuerpo desnudo y decir en voz alta: “¡Desnudez túrgida y sola, qué tamboril de niño tus pisadas!”
Pero a veces no soy efusiva ni brava y necesito tomar prestada una palabra,

una oración: “Yo ya me voy. Deslúmbrame el metal decadente de la barca que habrá de conducirme. Y el camino. Porque me voy mañana. Yo me parto.”
Y me corro de mí misma hacia algún lado.
Se instalan y cuelgan su letrero junto a puertas y ventanas. Se iluminan como esa noche que me senté junto a la entrada de una casa y lo único que llegó fue el verso de Piedad Bonnett: “No tenerte es esperar confiada que no llegues”.
Me he disfrazado de luchadora, vestido de lentejuelas y también he subido los zapatos a una mesa con velas y chiles en nogada sólo por el placer de decir en voz alta frente a desconocidos: “Oh, sultán, demonio turco!” Tratando de convencerme y convencer a otros que la poesía se puede recitar en pants de licra y no sólo desde mesas de manteles blanco y azul marino. 
Porque se puede subtitular las emociones propias con las frases de otros. Como cuando escribo, voy escogiendo las palabras que me acompañan y las que deseo aunque no las tenga, las invoco para reír y volver a la vida.
¿Que estoy faltándole al respeto a la expresión artística que encierra la belleza de la palabra?
Yo les contesto como me contesto, de pasadita frente el espejo, los días que no tengo tiempo de peinarme:
“Por si la vida pasa, que me reconozca”.
Quizá esa sea la solución al problema que no existe: sacar las palabras a la calle, sustituir las señales grises por poemas. Que en lugar de “Baños Unisex”, diga “Trompas de falo pío pío". Hacer las palabras nuestras, no como decía Paz “chillen, putas” (güacala) sino como dice Abigael Bohórquez: “Poesía, condúceme, desgástame, desquíciame, procede, de donde estés, ordena y ponme a caminar”.
Autores en orden de aparición: Jaime García Terrés, Jorge Enrique Adoum, Cristina Peri Rossi, Mía Gallegos, Abigael Bohórquez, Rubén Bonifaz Nuño, Piedad Bonnett, Cosacos zapórogos, Tomás Segovia, Abigael, Abigael.  

Rastro del cielo
Katia Rejón
Esperabas que muriera ahogada
en mis propias lagunas
pero me tragué un barranco.
¿Y por qué no me deja la conciencia
que me sienta un poquito mal,
que me ahogue de verdad un rato?
O al menos recordar el sur de tu cuerpo
trópico de hollada arena
esparcida de cara al mar
hasta donde sabemos no muy grande.
Y digo, tú, puerto solitario,
soy la roca impenetrable de tus olas
mansas, llenas de peces
rastro del cielo que se humilla
ante las conchas
pero tú no ves,
no te das cuenta,
que se me ha ido la vida en los témpanos de tu cuerpo
que hay botellas con tu nombre
en cada esquina del océano
y luego meses de sequía
o huracanes cegadores.
Estabas esperando a que muriera chiquita
tierna, blanda, a tu nivel,
pero me tragué un barranco.

Puedes escuchar Rastro del Cielo, en la voz de Katia Rejón