La vida en la hamaca, un documento inédito

Jhonny Brea

Hace ya casi dos décadas, cuando la vida me permitía frecuentar actividades culturales, pude seguir una serie de conferencias denominada La cátedra de Chichí Irma o del huiro como forma de existir, a cargo de un investigador cuyo nombre escapa a mi memoria; sin embargo, en una de sus presentaciones éste olvidó una carpeta con sus apuntes, alcancé a tomarla con intención de devolverla, pero el autor ya había partido hacia el brindis de honor al que no fui invitado.

Entre las curiosidades del documento está la definición de huiro como el individuo que ha atravesado una serie de experiencias particulares pero compartidas dentro de la sociedad yucateca, lo cual da como resultado determinados grados de apego a la cultura local, a su matria, pues; algunas de estas experiencias son el vínculo con un objeto cotidiano que puede estar presente a lo largo de toda su vida, como es la hamaca. Y claro que la hamaca convence, pues ofrece experiencias que marcan mucho más que el cuerpo de quien se acueste en ella. Así, un huiro…

Infancia temprana
  • Fue concebido en una hamaca. Con la política de los desarrolladores inmobiliarios que ahora construyen minicasas en las que es casi imposible colgar una con todo y brazos, el comprador queda obligado a comprar una cama y el respectivo aire acondicionado, lo que ha hecho que el porcentaje de concepciones derivadas de un “loch” vaya a la baja.
  • Por regla general, el nené desprecia la cuna que con tanto esfuerzo, y a plazos, compraron sus padres. Prefiere la hamaca, aunque apenas ocupe un “tup” de ésta. Conforme pasan los meses adquiere uno de sus primeros placeres: pasar los dedos de los pies por entre los hilos de la hamaca.
En la niñez
  • Vive una experiencia sensorial definitiva: el “loch” con alguno de los abuelos, dentro de la hamaca. La hamaca forma parte del juego regular y permite desarrollar la imaginación: con poderosas mecidas el niño es transportado a Cabo Cañaveral o al despegue de alguna de las aeronaves de Richard Branson.
  • La hamaca forma parte de un episodio de supervivencia, pues la terapéutica del sarampión incluye dormir rodeado de semillas de achiote generosamente aplicadas en la hamaca y por debajo de ésta. Para ello se ha colocado, convenientemente, suficiente papel periódico en el piso. Al día siguiente, ya “brotó” la enfermedad.
  • Comienza a manifestarse la pulsión de “patear la pared”.
  • En su formación personal comienza el entrenamiento para guindar la hamaca y se toma conciencia de que, para los viajes familiares, hamaca, brazos y eses son parte indispensable del equipaje.
  • También va tomando nota de que, para la “temporada”, casa de playa que se respete tiene hamaqueros hasta en la cocina.
  • Ya en la adolescencia, durante la época de calor (!!!!), la hamaca es fundamental en combinación con una generosa aplicación de talco para combatir el exceso de sudor y el fuerte olor a k’omo’.
Edad adulta
  • Entra en funciones su memoria auditiva. Al grito nasal de “¡Compra hamaaaca, marchanteee!”puede salir corriendo de la casa para, por lo menos, averiguar precios y en una de esas plantear la adquisición en abonos.
  • También entra en juego el sentido de la vista: puede distinguir rápidamente cuando está en presencia de naylon, oso, algodón, seda o crochet; aparte posee la habilidad para calcular qué tan tupido está el urdido.
  • En las vacaciones, y mejor aún si se está en “temporada”, alcanza el estado de ataraxia recostado en la hamaca y expuesto a la brisa del mar. A esta experiencia es posible añadirle ingredientes como un libro, un tazón de náncenes bien helados, grosellas, cuadritos de mango, o la bebida de su preferencia.
  • Triste y doloroso: al llegar una enfermedad grave o se tiene la idea de que ya se llegó a una edad demasiado avanzada, no se escucha “está postrado”; esta condición se traduce como “ya se acostó en su hamaca”.