El chultún del Palacio del Gobernador

Ulises Carrillo Cabrera
Fotos: Ezequiel González Matus
Logística: Aarón Díaz López

El oro de estas tierras también se guardaba en bóvedas subterráneas. El oro se llamaba agua, las bóvedas chultunes. Muchas de esas bóvedas siguen ahí, con algo de esa riqueza líquida y, sobre todo, con barro cocido y huesos rotos que -a fuerza de años e historia- son ahora su mayor tesoro. Cada chultún -aljibes en forma de botella que los mayas excavaban en la piedra para captar el agua de lluvia- es importante, pues eran la diferencia entre la sed infernal o la tranquilidad vital en temporada de sequía. Cada aljibe de piedra caliza es rastro de la arquitectura y la ingeniería reflejando una sociedad y su entorno. Sin embargo, un chultún en Uxmal siempre capturará la atención de manera especial y si hablamos del chultún del Palacio del Gobernador, estamos entonces ante una pieza mayor.

Por si eso no bastara, esa bóveda para almacenar agua tiene una característica que la hace aún más extraordinaria: se trata de un chultún doble, con formas muy similares a las de un reloj de arena. Es un aljibe de dos cámaras, una encima de la otra, ambas unidas por un estrecho túnel vertical. Un ejemplar raro, en un lugar mágico.

Así de inverosímil fue el espacio y el momento en el que el chultún del Palacio del Gobernador se abrió por primera vez en cinco años y el Sol iluminó suavemente sus cavidades. Ahí estaba la primera bóveda del chultún, de aproximadamente 3 metros de profundidad y poco más de 2 metros de diámetro, con un túnel estrecho justo en el centro de su parte más baja -de no más de 60 centímetros de ancho y casi un metro de largo- que conectaba con la segunda bóveda 6 metros más abajo.

Lo primero fue asegurar las escaleras para evitar accidentes humanos o arqueológicos, prohibido tocar algo, bajo pena de muerte. Todo debía hacerse sobre escaleras suspendidas y los pies sólo podrían apoyarse en espacios previamente designados y revisados minuciosamente. José Huchim se colocó su sencilla mascarilla húmeda, para evitar los riesgos de respirar hongos, esporas y demás partículas tóxicas que pueden acumularse en esta caverna artificial sellada por tanto tiempo. Si bien había descendido un lustro atrás, Huchim nunca antes había tomado fotografías de esta oquedad hecha a mano, serían las primeras de la historia.

Pasos lentos pero seguros en cada peldaño, llevan a José Huchim a concluir la primera etapa del descenso. Con temperaturas de 49 grados centígrados y humedad del 90 por ciento, respirar es una pesada tarea. A cada segundo hay que evitar que los anteojos se empañen. Las cámaras fotográficas deben bajar poco a poco, ajustándose lentamente a las condiciones ambientales del chultún, para evitar condensaciones en sus mecanismos internos que arruinen la posibilidad de capturar buenas imágenes.

Un minuto, cinco, diez, quince y luego llega el momento de ir a la segunda bóveda, a contener la respiración y hacerse estrecho, a luchar contra la claustrofobia y la oscuridad. Huchim desciende, literalmente escurriéndose por el estrecho túnel, y por fin llega al fondo. La cámara fotográfica parece haberse adaptado bien a esa micro atmósfera, el Sol en lo más alto hace posible una amable iluminación natural. En cualquier caso, descienden dos lámparas para asegurar las condiciones mínimas de luz. Silencio tenso. Por fin se escucha un click, luego otro, después una cascada: la magia de un ojo digital documenta todo allá en el fondo.

Aparecen ranas labradas en las paredes invocando la lluvia, cerámica oscura, piedras talladas, líneas trazadas en la roca viva. Más allá, en el fondo de la bóveda, un hueso largo que Huchim y los expertos en su equipo identifican como un fémur. El registro ocurre, las imágenes son capturadas y nadie las quiere dejar escapar. Lo que Huchim puede ver, lo podremos ver ahora todos. La magia del ojo humano examina lo captado por el ojo digital.

Han pasado casi mil años desde la construcción de este chultún para que alguien pueda volver a admirar sus entrañas. Sus espacios labrados en jornadas de dureza inverosímil, sus paredes lisas de ingenio impermeable, su concepción completa como retrato íntegro de la lucha humana por florecer en esta tierra que se reseca y muere cuando Chaac no está.

Antes de ascender desde lo más profundo, la cámara hace una última toma: el Sol bañando la boca del chultún y dos frágiles escaleras como única vía de ascenso. Uno sólo puede sentir que está siendo parido por las entrañas de la tierra y renace cuando llega a la superficie.

Así debió sentirse el agua cuando los mayas la rescataban del fondo para darle una nueva vida y un nuevo ciclo. Abajo queda el chultún, arriba brilla la ciudad que su tesoro líquido hizo posible construir tres veces.

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